viernes, 7 de marzo de 2008

Cuentos para los que no tienen tiempo I (Riqueza)

Algunas pequeñas píldoras de sabiduría, sobre la riqueza:



El maestro de Zen, Ryokan, llevaba una vida muy sencilla en una pequeña cabaña al pie de la montaña. Una noche, estando fuera el maestro, irrumpió un ladrón en la cabaña y se llevó un chasco al descubrir que no había allí nada que robar.

Cuando regresó Ryokan, sorprendió al ladrón. «Te has tomado muchas molestias para visitarme», le dijo al ratero. «No deberías marcharte con las manos vacías. Por favor, llévate como regalo mis vestidos y mi manta».

Completamente desconcertado, el ladrón tomó las ropas y se fué.

Ryokan se sentó desnudo y se puso a mirar la luna. «Pobre hombre», pensó para sí mismo, «me habría gustado poder regalarle la maravillosa luz de la luna».



En el siglo pasado, un turista de los Estados Unidos visitó al famoso rabino polaco Hofetz Chaim. Y se quedó asombrado al ver que la casa del rabino consistía sencillamente en una habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una mesa y una banqueta.

«Rabino, ¿dónde están tus muebles?», preguntó el turista.

«¿Dónde están los tuyos?», replicó Hofetz.

«¿Los míos? Pero si yo sólo soy un visitante... Estoy aquí de paso...», dijo el americano.

«Lo mismo que yo», dijo el rabino.



Un cuento del Bhagawat Purana:

Una vez volaba un cuervo por el cielo llevando en su pico un trozo de carne. Otros veinte cuervos se pusieron a perseguirle y le atacaron sin piedad.

El cuervo tuvo que acabar por soltar supresa. Entonces, los que le perseguían le dejaron en paz y corrieron, graznando, en pos del trozo de carne.

Y se dijo el cuervo: «¡Qué tranquilidad...! Ahora todo el cielo me pertenece».



El sannyasi había llegado a las afueras de la aldea y acampó bajo un árbol para pasar la noche.

De pronto llegó corriendo hasta él un habitante de la aldea y le dijo: «¡La piedra!¡La piedra! ¡Dame la piedra preciosa!».

«¿Qué piedra?», preguntó el sannyasi.

«La otra noche se me apareció en sueños el Señor Shiva», dijo el aldeano, «y me aseguró que si venía al anochecer a las afueras de la aldea, encontraría a un sannyasi que me daría una piedra preciosa que me haría rico para siempre».

El sannyasi rebuscó en su bolsa y extrajo una piedra. «Probablemente se refería a ésta», dijo, mientras entregaba la piedra al aldeano. «La encontré en un sendero del bosque hace unos días. Por supuesto que puedes quedarte con ella».

El hombre se quedó mirando la piedra con asombro. ¡Era un diamante! Tal vez el mayor diamante del mundo, pues era tan grande como la mano de un hombre.

Tomó el diamante y se marchó. Pasó la noche dando vueltas en la cama, totalmente incapaz de dormir. Al día siguiente, al amanecer, fue a despertar al sannyasi y le dijo: «Dame la riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de este diamante».



(Del libro "El canto del Pájaro" de Anthony de Mello, Editorial Sal Terrae)

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